viernes, 2 de diciembre de 2016

Dos por doce por quince

Decía en una entrada anterior que tengo intención de comprar un cómic al mes, durante quince años, para regalárselos luego a mi sobrino. 

Vaya por delante que mi intención es firme y decidida, si bien es cierto que hay algunos aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de embarcarse en una aventura similar:

  • El desgaste por el tiempo. Son quince años, que se dice escribe rápido. Para cuando haya llegado al destino, tendré la nada desdeñable cifra de cincuenta y un años. Es posible que en algún universo paralelo, mi yo del futuro desfallezca y tire la toalla; sin embargo, de todos mis «yoes» del multiverso, yo soy el más constante y tenaz (y el peor cocinero, también).
  • La ilusión no correspondida. Obviamente, también es posible que a mi sobrino, llegado el momento de recibir mi legado, no tenga el más mínimo interés en los cómics. Tengo 15 años para educarlo y evitar, así, encontrarme en esa línea temporal tan nefasta. Pero tampoco haré nada contra su voluntad: si, por el motivo que fuere, no los quisiera, intentaré reaccionar de la manera más racional y adulta posible: «Pues si no los quieres... ¡Para mí!»
  • Rechazo por parte de los padres. Así como hay que educar a la juventud, no menos importante es educar a los padres en un asunto que podría llegar a ser conflictivo: no tanto por el contenido de los cómics en sí mismo, sino por el espacio físico que arrastran consigo. De nuevo, he evitado el hipotético «A ver dónde pongo yo esto ahora...» de la manera más adulta que he sido capaz: no les he dicho nada. Pero nada de nada. ¡Sorpresa!
  • ¿Y qué hay de tu hija/o?. Aquí y ahora, no existe. ¡Dejemos de preocuparnos por el mañana! Además, tendrá mi propia colección que, algún día, será su propia colección (niñolávatelasmanosantesdeabrirlos) y, por supuesto, podrá leer también la de su primo.
Suponiendo que compre un par de cómics al mes, durante quince años, son alrededor de trescientos sesenta. Trescientas sesenta ilusiones, alegrías, tristezas... momentos fugaces que se perderán, como lágrimas en la lluvia... y que caben perfectamente en dos o tres cajas: ¡menos dramas!

Y si no los quiere ¡para mí!

«Es muy peligroso cruzar la puerta. Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos no sabes hacia donde te arrastrarán» (Bilbo Bolsón).


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